jueves, 30 de agosto de 2007

El profesor

Leyendo "Jane Eyre" uno se imagina que su autora es tan sensata, inteligente, buena y benèvola como su heroína, pero en "El profesor" he descubierto a una nueva Charlotte mucho mas anglo-fanática, racista y cruel.
Basandose en una larga estancia en Bruselas, Charlotte Brontë se da la libertad de hablar sobre la raza flamenca de forma peyorativa.
Al principio me sorprendió, ya que mi própia opinión sobre los holandeses no es mucho mejor, y me divertía la idea de que alguien del siglo XIX ya hubiera descubierto lo tontitos que son algunos de ellos. Pero a medida que voy leyendo me doy cuenta de que la autora ha cruzado una linea muy peligrosa.
[...]"Detrás y delante de ella había una banda de flamencas muy vulgares e inferiores por su aspecto, incluidos dos o tres ejemplos de esa deformidad física e imbecilidad intelectual cuya frecuencia en los Países Bajos parece la prueba fehaciente de que su clima es causa de degeneración de la mente y el cuerpo"[...]
¡TOMA YA! ¡Que huevos tiene la Brontë! Vamos, que no la quemaron de milagro.
Y eso no es todo, los buenos son los franceses y (evidentemente) los ingleses. Los pobres belgas son "Bestias de carga" como los llama en el capítulo XI.
Pero bueno... ¿Qué se puede esperar de la hija de un cura anglicano que creía fervientemente en la teoría pseudocientífica de la frenología, según la cual las facultades intelectuales, los instintos y los afectos dependen de la forma que tenga tu cabeza?
Estoy por dejar plantada la novela y quedarme con el recuerdo de "Jane Eyre" que tan buena impresión me dió. Jane es tan buena y adorable, y Rochester tan apasionado y atractivo que dudo que se puedan conjurar personajes tan perfectos una segunda vez, y es que esa novela posee una mágica inocencia imposible de superar ni por la misma Charlotte Brontë.
Aun me quedan por leer "Shirley" y "Villette"