jueves, 25 de junio de 2020

Maíz

¿Más de tres meses compartiendo la vida con un gato lo convierten en familia?
El proceso ha sido extraño. Al principio tenía claro que el gato se volvía a su casa. Poco a poco y a ratos fantaseaba con la idea de quedármelo. Hubo momentos en que estaba convencida de ello.
La prueba está en la inversión que he hecho en el dichoso gato. Un rascador de dos metros, una fuente de agua corriente, un comedero con puerta automática, un arenero autolimpiable, una gatera para que entrara y saliera solo de la galería, una estantería nueva para que el arenero cupiera bien debajo...
Y he estado muy a punto de comprar el robot aspirador para pelo de mascotas.
Poco a poco se ha acostumbrado a mi. Al principio no me dejaba dormir y me despertaba de madrugada de malas formas, pero después de unas semanas empezó a respetar mis horas de sueño y cuando veía que empezaba a despertarme, se acercaba y chocaba su cabeza con la mía, y se restregaba su cuerpecito peludo contra mi cara. Me acompañaba a cualquier parte de la casa, fuera donde fuera, ahí estaba él tumbado, esperando mi siguiente paso. Me acompañaba durante mis jornadas laborales, sentado en la silla contigua, y sus ronroneos y ruidos me relajaban en los momentos de estrés.
Y llegó la hora de tomar la decisión, y mi cabeza pasaba del sí quiero al no quiero con una facilidad pasmosa. No me suele costar tanto tomar decisiones. Normalmente veo el camino bastante claro, pero en este caso... el camino era oscuro y lleno de curvas, y no podía ver el final. Demasiados contras, demasiada incertidumbre... me pasaba el día preguntándole a Maiz en voz alta “¿Pero tú quiereS quedarte conmigo?” Y él me miraba y seguidamente cerraba los ojos. No me dio nunca la señal que le pedía.

Fueron 3 opiniones las que me hicieron decidirme...
Una, el comentario de Antonia:”Devuélvelo, porque si después de 3 meses sigues teniendo dudas, es que no lo quieres de verdad. Si finalmente te lo quedas, ya me dirás cuál ha sido la razón que te ha convencido”

La segunda fue el de mi padre: “Devuélvelo porque no es nada cariñoso. Para tener un gato, al menos que te de cariño y que no sea un huraño interesado. Devuelve a Maiz y adopta un gato pequeño al que puedas amoldar a ti”

La tercera y última opinión que me hizo devolver a Maiz a la cafetería de gatos fue la mía.
Quería un gato porque la idea de tener un felino en mi hogar es parte del cuadro perfecto de la vida ideal que me he montado en mi cabeza. Pero... ¿sería ese gato feliz conmigo? ¿Le sabría yo dar lo que necesita? ¿O estaría sacrificando su existencia por un postureo absurdo?
Me sentía egoísta queriendo quedármelo.

Así que me hice la dura, me dije que estaba claro e informé a la cafetería de que devolvería a Maiz.
Hoy lo he llevado de vuelta.
Pobre. No ha llevado bien el cambio ha bufado a los otros gatos y se ha escondido asustado e infeliz debajo de un mueble.
Ni siquiera me ha dejado acariciarle. No me ha suplicado volver conmigo, no me ha maullado. Simplemente se ha alejado resignado, sin entender porque ya no estaba en su casa. Si fuera una persona diría que me miraba con odio. Debe pensar que le he traicionado.
Lo he dejado allí, casi sin sentir nada. Diciéndome a mi misma que es lo correcto y que de aquí a unos días estará mejor que nunca.

El golpe me ha sacudido al llegar a casa y verme sola.
Al darme cuenta de que ya nadie me perseguía por el pasillo. Al ver su asiento lleno de pelos vacío.
Mañana nadie me despertará con cabezazos ni maulliditos. Nadie mirará los pájaros por la ventana moviendo el rabo ni se dejará acariciar la barriguita tumbado boca arriba con los ojos cerrados.