martes, 7 de enero de 2014

Hablando de amor


Normalmente me enamoro de las personas equivocadas. Mi amigo Moises lo resume en "Te gustan los gilipollas".

Al parecer soy una de esas personas que necesitan que las hagan sufrir. He estado con Bartek 10 años y no me acordaba de como se me daba este juego, pero no creía formar parte del gremio de mujeres que se dejan pisar moralmente. Ahora, después de estar estos últimos 3 meses esperando inocentemente a que un chico con el que tuve una noche mágica me llamara para quedar, tragándome sus excusas y creyendo que en el fondo si que quería verme pero no encontraba el momento... lo tengo claro... Mi  nombre es "Pobre" y mi apellido "Idiota".

Después de la incredulidad (fase de negación) y de asumir finalmente que me han estado toreando (fase de aceptación), empiezo a cabrearme (fase de enojo) y todo este proceso me es extrañamente familiar. Resulta que no es la primera vez.

He tenido a mi vera a un montón de chicos fantásticos deseando estar conmigo y no he querido saber nada de ellos. En cambio asoma un cabrón la cabeza y pierdo el culo para intentar que me haga caso. No aprendo la lección. Es por eso que mi curriculum es tan corto, puedo contar con los dedos de una mano la gente con la que he tenido una "relación" (Entiéndase por relación un beso robado, un lio de verano, una noche loca o un matrimonio de 10 años). Escapo de los que me quieren y a su vez los que yo quiero escapan de mi. La única explicación a mi matrimonio es que Bartek no corrió lo suficientemente rápido.

En estos últimos meses a pesar de no haber salido mucho, he tenido unos cuantos pretendientes, pero  en lugar de elevar mi autoestima, he sentido vergüenza y los he esquivado rápidamente.

Normalmente son miradas y frases coquetas lo que me da a entender que me están tirando los trastos, pero el último ha sido muy valiente. Nos conocimos en casa de un amigo y estuvimos tocando la guitarra, intercambiando opiniones sobre nuestras canciones y hablando de conciertos y de la vida. Me dijo que tenía una voz muy bonita y pensé que únicamente estaba siendo amable. Después de un par de días me ha escrito diciendo que yo le gustaba mucho y que quería quedar conmigo para un café. ¡Madre mía! Eso es valor y no lo de San Jorge con el dragón.
Le he dicho que no, directamente, intentando ser todo lo delicada que se puede ser. No ha tenido muchas relaciones y no suele encontrar chicas que le gusten de verdad (me dijo) así que para él ha sido una desilusión.

Examinando mis sentimientos ante esta situación, me he dado cuenta de que probablemente así es como se sintieron esos chicos a los que en algún momento de mi vida me lancé a decirles o insinuarles que me gustaban. Una mezcla de admiración y lástima, reprochándose a si mismos el que su corazón no pueda abrirse un poquito para darle una oportunidad a esa persona tan sincera...

Pero es cierto. No se puede. Si no lo sientes no hay manera de forzarlo. 

Supongo que seguiré enamorándome de gilipollas que me hagan daño hasta que mi corazón esté tan roto que no quiera saber nada mas del amor.

Maldita sea.