Uno de mis pasatiempos preferidos, después de leer Torres de Malory y de ver el musical de Oliver Twist, era jugar a que era una huérfana sobreviviendo en un internado. Me ponía una falda escocesa vieja de mi hermana a modo de uniforme y un jersey con coderas a juego, y me montaba mi refugio en el cuarto que usábamos de almacén. Rodeada de estanterías y cajas me imaginaba un mundo en el que el resto de la casa era una ciudad llena de peligros. Yo era la protagonista de una novela y representaba mi papel con mucho gusto, digno de Oscar.

Ayer noche, arrebujada en las mantas sobre el colchón en el suelo, rodeada de trastos, me sentí como esa niña de 11 años jugando a ser huérfana, viviendo en un agujero triste y oscuro. El tiempo húmedo y frío que nos está haciendo estos días tiene mucho que ver con la nostalgia que me ronda la cabeza.
Echo de menos ser una niña.
El otro día leí un twitter que se me quedó grabado: "Si pudiese elegir mi edad según la época del año, elegiría tener 8 años en Navidad y 21 en verano. El resto del año 1 pa dormir siempre"