miércoles, 18 de diciembre de 2013

Hogar, dulce hogar.


Desde que vivo sola casi nadie ha pisado mi casa. Elena se quedó una noche a dormir este verano, y Eze vino un par de veces a tomar café, pero eso es todo. Mis dominios han permanecido cerrados al público.
Por un lado odio mi casa. Bartek y yo tenemos que seguir pagándola aun sabiendo que nunca nos va a dar beneficios. Es tirar dinero a un pozo sin fondo, negro y oscuro.
Por otro lado, toda mi vida está entre estas paredes. Me siento a gusto rodeada de mis cosas (sobretodo cuando consigo que estén ordenadas). Los colores de la cama, los dibujos de las cortinas, mis libros y cuadros, los relojes y los utensilios de cocina... todo es tal y como lo imaginé cuando era una adolescente y soñaba con tener mi propio piso.

Después de tanto tiempo sola, sin compartir mi espacio, voy a hacer un cambio radical. El domingo que viene tendré un nuevo compañero de piso, Ricky Pik, un amigo de Jana que necesita alquilar habitación durante un mes y medio. El señor Pik, que tiene mi edad, vive normalmente en Londres, tiene su propia empresa de jardinería y le gusta el deporte y la fotografía. Eso es todo lo que se de él.
Lo bueno de tenerle en casa es que seguramente veré mucho mas a Jana ya que estará con él casi todo el tiempo, y cocinarán en el piso y organizarán cenas exóticas y especiadas a las que espero acoplarme, o al menos hacer acopio de las sobras al día siguiente.

Me hace ilusión volver a tener compañía durante un tiempo para contrarrestar este maldito silencio.