No me gusta Madrid. Es un miedo irracional, y aunque soy consciente de que es una ciudad que me puede ofrecer mucho, me cuesta ir.
Creo que ya he escrito sobre esto en alguna ocasión, pero ahora explicaré con detalle mis recuerdos de Madrid, el año y medio que pasé como un cordero entre lobos en un colegio católico de Guzman el Bueno.
Yo tenía ¿10? ¿11? años y no era muy buena estudiante. En un examen de ciencias, sin ninguna razón aparente unas compañeras me dieron las respuestas al examen y aquello se convirtió en un juego adictivo. Durante casi todo el curso de cuarto de EGB la pequeña Lucía no pegaba golpe y se dejaba soplar casi sin remordimientos todas las asignaturas (debe ser por eso que tengo lagunas sobre cosas básicas).
Pero un día llegó la época del terror y mis compañeras decidieron chantajearme con chivarse a la profesora (una monja terrible) de todos los soplos que me habían dado.
Fue horrible. Iba a clase asustada, y casi todos los días regalaba mis propios juguetes a mis "amigas" de clase para que mantuvieran la boca cerrada. No podía dormir por las noches y hasta llegué a mearme encima en una clase de ballet de la angustia que tenía que soportar (otro día contaré como acabó esa clase). Tenía ganas de llorar a todas horas y es extraño que no desarrollara úlcera. Esas niñas me tenían aterrorizada.
El último día de clase en Junio, recuerdo que no me despedí de nadie, salí corriendo calle arriba, sabedora de que a mi padre lo habían destinado de nuevo a Castellón y que no iba a volver a pisar aquel apestoso colegio lleno de animales rabiosos. No recuerdo muchos detalles de aquellos días, pero tengo grabada la sensación de libertad mientras corría hacia mi casa.
Pero ahí no se acabó todo. Cuando ya estabamos en Castellón, el remordimiento no me dejaba en paz. Las noches eran una tortura, en mi cama, sudando sin poder dormir porque pensaba que el haber copiado en los exámenes me catapultaría al infierno. El miedo era parecido al de aquella historia de Poe del asesino que escondió el corazón bajo el suelo y lo oía palpitar. Creo recordar que pensé en el suicidio, una tierna niña de 11 años pensando en matarse porque no podía aguantar la presión de haber copiado en los exámenes. Quería liberarme de aquel peso de una vez por todas.
Una noche, ya no podía aguantar mas y me levanté de la cama corriendo para ir a buscar a mi madre. La encontré en la cocina y me tiré a sus brazos llorando, y confesé mi pecado como si se tratara de un asesinato. Mi madre se echó a reir, y ni siquiera se enfadó un poquito. Después de dos años de terror, aquella noche se me cayeron las cadenas.
Lo que quiero decir es que ya de adultos solemos quitarle peso a los problemas que tuvimos de niños. Cuando uno empieza a crecer se da cuenta de lo fácil que era dar con la solución a una adivinanza infantil, pero pocos recuerdan lo terrible que es vivir en las tinieblas, atados en la caverna de Platón viendo solo las sombras de la realidad.
Y todo este rollo es mi alegato final en defensa del personaje de Briony Tallis, una niña de 13 años que ve lo que ve, entiende lo que entiende, y hace lo que a su mente le parece mas correcto. Es difícil meterse en la cabeza de una niña, pero creo que en "Expiación" lo han logrado bastante bien con la repetición de escenas desde diferentes puntos de vista. Un excelente método para desvelarnos los posibles significados de una sola imágen.
La película me gustó mucho, a pesar de que le falta pasión y le sobra fotografía. La historia es una de esas con final sorprendente sin el cual no tendría sentido tanto dramatismo, y que me hizo soltar un par de lágrimas discretas, de esas que se pueden secar con la mano antes de que enciendan las luces.
Por cierto, Briony Tallis nunca existió, el bestseller esta escrito por Ian McEwan, que participo también como guionista de la película.