Todo se remonta a algún domingo de Junio de 1996. Emma y yo en nuestró día libre decidimos ir al meradillo de Blackrock. Ya quedaba poco para volver a casa y mi intención era comprar regalos para todo el mundo. Un colgante con simbolos gaélicos para Chus, una vela redonda multicolor para mi hermana, un cenicero en forma de botella de cristal para Gonzalo, y no me acuerdo mucho del resto... Tampoco recordaba aquella taza hasta que hace unos días abrí un armario y ¡ZAS! Allí estaba, con esos colores tan brillantes asaltando mis ojos. Recuerdo el momento exacto en el que la vi, el puesto, la mujer que las vendía, la explicación que me dió de como las coloreaban... Fue el regalo que le llevé a mi abuelita. Durante mucho tiempo ella desayunaba en esa taza, luego también la utilizó mi madre para darle las papillas cuando ya no podía comer sola. Desde que murió la taza de Blackrock quedó desterrada al fondo del armario.
Creo que me la voy a traer a mi casa para darle un nuevo hogar.