Mañana es la comunión de mi sobrina Claudia. La fiesta que se ha organizado es digna de la boda de una princesa. Esto se nos va de las manos, las comuniones son hoy en día una locura, la sociedad está realmente p'allá.
Mis hijos no tomarán la comunión, no les regalaré grandes cosas por sus cumpleaños, ni irán vestidos a la última moda y sabrán que para Navidad solo pueden pedir una sola cosa a los Reyes Magos.
Esto me recuerda un tema del que hablaba el otro día con Bartek: La ciclicidad de la ambición.
Nuestros padres tuvieron una infancia dura y vivieron en la miseria teniendo que ganarse el pan que comer. Siendo así, crecieron valorando el dinero y trabajando duro para conseguirlo. Cuando tuvieron hijos, el amor incondicional hizo que no pudieran evitar darles todo aquello que no pudieron tener ellos mismos. De esta forma nosotros crecimos sin valorar el dinero y sin mucho afán por conseguirlo. La fama y el éxito nos la traen al pairo, y buscamos la felicidad fuera de lo material. Esta falta de ambición ha derivado en una vida muy feliz pero poco próspera, con lo cual todo lo que nos han dado nuestros padres, no podremos dárselo a nuestros hijos, los cuales crecerán en un ambiente austero y humilde. Así que serán ellos los que aprenderán a valorar el dinero y triunfarán en la vida como nuestros padres. ¿O acaso el futuro me sorprenderá con un factor sorpresa con el que no contaba en mi ecuación?
Volviendo al tema, mañana estaré con los que quiero, todos juntos por una vez en mucho tiempo. Las comuniones puede que sean un negocio, una estafa, un truco de la sociedad para gastarnos el dinero, un bulo de la iglesia, una metáfora del materialismo, pero al menos esta servirá para reunir a toda mi familia en una mesa durante un par de horas para hablar, contar anécdotas y reírnos un rato, mientras los niños están entretenidos con los payasos.