En el último año tuvimos unas cuentas profesoras maravillosas, pero a Carmen Brugada le tenía especial cariño. En aquella época yo tenía la cabeza hecha un lío y estaba continuamente deprimida porque no encontraba mi sitio ni en clase ni en casa... estaba perdida.
La Lucía de aquel entonces no tenía medida ni filtros y solía decir lo que sentía sin pensar, así que posiblemente en alguna conversación tonta de pasillo le dejaría caer a Carmen que me sentía mal en este mundo. Yo y mis dramas.
Al día siguiente, Carmen me sacó de clase y me llevó fuera del colegio en horas lectivas a tomar café. Tengo la imagen grabada en la memoria, de esa cafetería vacía y yo sentaba en un taburete con Carmen delante. No recuerdo muy bien como fue la conversación, pero le pregunté por qué lo hacía y aunque no lo recuerdo exactamente, me respondió algo así como “si una alumna está mal y necesita hablar es mi deber escuchar” Y yo me sentí tremendamente mejor.
Las profesoras son como segundas madres a las que les pierdes de vista en el fragor de la adolescencia. Pero si eran buenas, siempre se llevan en el corazón.
Espero Carmen, que la vida te diera muchas alegrías, y que ahora estés en un lugar mejor y nos puedas ver desde el cielo, a los que te conocimos y te recordamos, como pequeños fuegos brillando en la oscuridad.
He encontrado este ángel en las páginas del libro de texto que usábamos en sus clases.
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