Hoy mi coche me ha dejado tirada.
La
sensación que se te queda es muy curiosa: "¿Y ahora qué?"
Sentada en el asiento, intentando una y otra
vez arrancar, y esperando que de un momento a otro el milagro suceda y escuchar
el ruido del motor en marcha...
Pero no. Y después de un rato sin saber que
hacer, cierras el coche y haces lo correcto. Llamas a la oficina para informar
de que llegas tarde y pides un taxi. Pero... ¿hay taxis en este
pueblo?
Gracias a Dios si, en internet encuentro un
número y después de esperar 10 minutos un señor mayor en un mercedes azul se
para y me pregunta si soy yo la que va a Onda.
Durante el viaje me habla de su vida en un
castellano tocado con el acento del idioma autóctono, que ya no me atrevo ni a
llamar dialecto.
Intenta tranquilizarme y me dice que hay
muchos talleres en la zona, pero alguno bueno... no me lo puede asegurar. ¡Pues
menuda tranquilidad!
No se por qué estoy contenta.

Pero tiramos una bomba como la de Hiroshima,
y desde entonces no me han vuelto a picar.
El coche ya me dió problemas la semana
pasada, llegamos a IKEA dando un concierto de chirridos. Me cambiaron las
pastillas de freno, y aun seguía haciendo un ruido raro que estaba pendiente
de mirar. Ahora no arranca.
En el trabajo cuchichean porque desde que he
entrado he desmejorado mucho. No en el rendimiento, porque no paran de
elojiarme, sino en el aspecto. El de recursos humanos le preguntó a mi compañera
Antonia si me pasaba algo ¿Dónde está la chica que entrevisté hace 4 meses? Y
sin embargo, la vida es así... a veces me da por llorar, y hoy estoy bien. A
pesar de todo.
Quizás las adversidades me hacen fuerte.
Solo a veces...